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La mañana había despertado nubosa, triste y amenazando lluvia, como otras tantas en los últimos días. Dominique, un pequeño niño de unos 5 años de edad, se había levantado el primero de los cuatro miembros de la familia Simon y con ello el privilegio de encender la televisión para ver su serie de dibujos animados que tanto le gustaba. Era lunes y a esas horas, meses atrás, las antiguas calles de La Haya, en los Países Bajos, estaban abarrotadas de transeúntes que se dirigían a sus puestos de trabajo, de compras o al colegio, como Dominique haría cuando tuviera edad para el